“Se llena la olla y mientras haya no se le niega comida a nadie”



El merendero y comedor Sudamérica Unida nació a fines de 2015 en el barrio El Talita de González Catán, por iniciativa de Natalia Iglesias y Miguel Rodríguez, su esposo. Cocinera en una escuela desde hace más de 23 años, la mujer contó que la idea surgió luego de observar que los días lunes, los chicos vomitaban lo que desayunaban. “Empecé a relacionarlo con lo que vi en el 2001. Los chicos el fin de semana no sabes si comen”, explica la mujer. Recibir alimentos luego de un periodo considerable de ayuno, provocaba en los alumnos ese malestar. “Volví muy mal a casa, con eso en la cabeza”, recuerda Natalia. En ese momento, su esposo hacía fletes con una “camioneta viejita” y le propuso destinar el dinero de dos o tres viajes de la semana, a la compra de alimentos. Así nació el merendero y comedor Sudamérica Unida, que encontró en un pequeño local, propiedad de Natalia y Miguel, su sede. Con un mechero, una olla y una colaboradora abrían los sábados y domingos. “Llegábamos a dar 300 porciones de comida por fin de semana”, cuenta.

La comida llegaba a la mesa del merendero-comedor a través de la autogestión, con manos que se iban sumando, algunas donaciones, viajes al Mercado Central a buscar lo que se descartaba.

Con el paso de los meses, la necesidad iba creciendo. “Primero venían los chicos, después se sumaba la abuelita o los tíos, porque se habían quedado sin trabajo, o no tenían para cocinar o no tenían gas”, explica.A pesar de la buena voluntad, lo que el matrimonio podía hacer por los vecinos del barrio “sirvió sólo por un tiempo”. La situación se complicó cuando la camioneta con la que su esposo trabajaba y buscaba los alimentos, se rompió, tuvo que ser vendida y Miguel se quedó sin su fuente de ingresos.

Pero la gente seguía acercándose a buscar un plato de comida. De manera casual, un amigo de Miguel se enteró del trabajo que venía realizando junto a María y por su pertenencia a una organización social, logró beneficiar con un plan social a unas 10 personas que estaban sin trabajo. Como contraprestación, estas personas se dedican a limpiar las calles, con las herramientas que ellos mismos consiguen y además, colaboran en el merendero, en la huerta que tiene el lugar y hasta utilizan parte de ese dinero para comprar alimentos. “Todo lo que se usa acá, es por donación de los compañeros. Ponen un poco cada uno, donan carne, pollo lo que haga falta”, detalla Natalia. El merendero recibe a 60 chicos, mientras por la noche el comedor recibe hasta 72 personas.

Ganas de mucho, pocos recursos

Futbol, folklore, ayuda escolar, taekwondo, talleres de electricidad y hasta campañas de oftalmología. Todas actividades que se llevan a cabo en el merendero. “Tenemos ganas de hacer muchas cosas más, pero no hay plata”, se lamenta. Con mucho esfuerzo y utilizando dinero de sus bolsillos, lograron agrandar el pequeño local en el que funciona el merendero y comedor. De los trabajos de edificación, participaron miembros de la organización. “Muchos compañeros son albañiles, electricistas que trabajaban en obras, que tienen estudios y se quedaron sin trabajo, con una mano atrás y otra adelante”, lamenta la mujer. Según cuenta, esta situación genera fuertes crisis de angustia y depresión en las personas. “Tratamos de darles esperanzas. Se busca la manera de contener, de alentar, no solo de llenar la panza, pero no somos profesionales y todo lo hacemos ad honorem y con recursos propios”.

Con la realización de rifas, bingos y la venta de prendas en un “roperito solidario”, lograron comprar un horno pizzero y una freezer. Pero hoy hacer pizzas para los chicos y grandes es una “misión imposible” por el elevado precio del queso. “A veces mi marido me dice: ‘otra vez vamos a hacer guiso’ y la verdad es que me encantaría hacer, por ejemplo, milanesas, pero no alcanza. Acá se llena la olla y mientras haya, no se le niega a nadie”, asegura Natalia. En Sudamérica Unida, una vez al mes, se realizaba el festejo de los cumpleaños de los pequeños. Pero no pudieron hacerlo más, porque afrontar los costos de los alimentos y lograr conseguir lo que no se puede comprar, es la prioridad. “Chicos que en su vida tuvieron un festejo, acá lo tenían. Verles la cara de felicidad era inmenso”, recuerda. Las necesidades que existen son tantas que es difícil enumerarlas.

Iglesias tiene de primera mano historias muy complejas. Familias numerosas sin recursos, que se acercan a diario a comer, sin importar si llueve o hace frio, porque si no se alimentan allí, no pueden hacerlo. Es muy delicada la situación que estamos viviendo. La gente tiene hambre. Yo pase la del 2001, la de (Raúl) Alfonsín, pero lo que estoy viendo es terrible, la situación no da para más”, asegura la mujer de 44 años.

Contra los prejuicios

“Hace unos días, una de las chicas que colabora con nosotros estaba en la ventana pegando un cartel con las actividades del comedor y escucho como dos señoras, se refería a nosotros como ‘los que cobran planes y no quieren trabajar’”, cuenta Natalia.“En un momento pensé en salir, pero no a pelear, sino a explicarles que acá se trabaja, que no todos somos iguales y nosotros lo demostramos. Pero este es el estigma que hay sobre la gente que corta una ruta”. En este sentido, Natalia aclara: “y si hay que cortar una ruta o salir a la calle a reclamar por los derechos adquiridos, se hace, porque vivimos en una democracia que nos lo permite”.

Para dar una mano
Alimentos, sillas, mesas, utensilios de cocina. Si bien tienen como objetivo comprar una cocina industrial, porque la hogareña de Natalia “no da abasto”, la preocupación es que no cuentan con los recursos para comprar garrafas. “Cuando el gas se acaba, y eso pasa muy rápido, se cocina a leña. Nos gustaría conseguir alguna donación mensual que nos facilite un poco este tema, porque no podemos afrontar este gasto”. Quienes quieran realizar donaciones para el merendero y comedor Sudamérica Unida pueden comunicarse con Natalia Iglesias al 11-2245-7282 o con Miguel Rodríguez al 11-2357-1492.

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