San Cayetano, un merendero que les hace frente a las más crudas realidades


Pertenece a una capilla del barrio Villa Dorrego. Brindan asistencia alimentaria pero también contienen a jóvenes con problemas de adicción y mujeres que sufren violencia de género. Con escasos recursos, hacen lo imposible para dar una respuesta a cada situación que se presenta.

Problemas de adicciones, desempleo, violencia de género, falta de acceso a la salud y educación son algunos de las complejas problemáticas que llegan al merendero San Cayetano del barrio Villa Dorrego de González Catán, Y con más voluntad de herramientas, quienes allí colaboran, le hacen frente a todo.

Junto a otros dos merenderos-comedores de la zona, que pertenecen a una capilla, asisten a 250 personas. No son solo los pequeños los que se acercan a buscar un plato de comida sino que también personas mayores y grupos familiares completos. “Acá se vive un estado de vulnerabilidad social muy alto”, cuenta Patricia Álvarez, una de las coordinadoras del espacio que se inauguró en mayo de 2018.

Si bien de manera periódica el merendero San Cayetano recibe mercadería de la secretaria de Acción Social de la Municipalidad de La Matanza no es suficiente porque en el barrio falta todo: calzados, ropa, medicamentos, productos de higiene y más.

“Nos encontramos con todo tipo de problemas que tenemos que atender de inmediato”, explicó Álvarez. Chicos con problemas de adicción que necesitan internarse, bebés con problemas de salud derivados de la falta de higiene, gente que necesita medicamentos y no tiene dinero para comprarlos son solo algunos ejemplos de los problemas que se presentan
“Nos avocamos a atender la parte social y no solo brindar asistencia alimentaria. Los últimos años fueron muy difíciles y la situación no ha mejorado”, aseguró Patricia, quien además destaca el rol social que la capilla cumple en el barrio, afrontando y buscando las maneras de resolver cada situación conflictiva que se presente.

Patricia coordina el merendero y cuenta con la colaboración de un grupo de mujeres, alguna de las cuales realizaron una capacitación básica en tratamiento de adicciones. “Lo hicimos para tener herramientas que nos permitan afrontar algunas situaciones que nos llegan”, explicó.

En esta línea, la mujer recordó: “Me toco tener en frente a un chico que me dijo ‘si no me ayudas hoy me mato’”. En esa oportunidad, la coordinadora del merendero se comunicó con la Diócesis de San Justo, que de inmediato gestionó el ingreso del joven a un centro de recuperación.

Además, Patricia siguió la desintoxicación del joven de 18 años y actualmente está buscando un establecimiento educativo en el que pueda avanzar en sus estudios primarios porque no sabe leer ni escribir. “Esa es nuestra realidad”, lamentó.

Y es justamente es el consumo de estupefacientes lo que Patricia califica como “el problema mayor”, que arrastra a muchos más. “Hay un ´kiosquito’ en cada esquina y el paco está destruyendo a los jóvenes”, advirtió.

El pedido desesperado de mujeres que sufren violencia de género es otra de las realidades más delicadas que enfrentan. Muchas de ellas, tiene órdenes de restricción contra sus exparejas y en el espacio deben estar atentas a que estas no se acerquen.

“La verdad es que hacemos el trabajo que debería hacer el Estado y muchas veces no damos abasto porque no tenemos herramientas. Tenemos comunicación directa con el municipio (con la secretaria de Acción Social) pero pedimos ayuda y nos derivan, no es suficiente”, explicó Patricia. En este sentido, la mujer ejemplificó: “en la (Región Municipal) Descentralizada (Sur) del kilómetro 32 hay una oficina de género pero cuesta que las mujeres del barrio del barrio vayan hasta ahí porque no tienen ni para cargar una SUBE”.
Por este motivo, desde el espacio comunitario piden la implementación de diversos programas sociales para la asistencia a las víctimas de violencia de género, de prevención y tratamientos de adicciones que se lleven a cabo en el espacio.

Todo “mangueando”

Además de los productos alimenticios que reciben del municipio, el merendero se mantiene en pie gracias a las donaciones particulares y de esa manera hacen un enorme esfuerzo por brindarles meriendas y almuerzos de calidad a todos los que llegan en busca de una porción de comida.

Pañales, ropa, calzados, elementos de higiene personal y leche fortificada para bebés son solo alguno ejemplos de los que se necesita a diario. “Todo se consigue ‘mangueando’”, detalló Álvarez.
Dentro del grupo de colaboradoras hay una profesora de inglés y otra de matemáticas que ofrecen clases particulares de manera gratuita. Durante 2019 en el lugar se dictaron talleres didácticos y de salud que ya comenzaron a reactivarse, con una charla sobre nutrición infantil.

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