Cerca de 20 trabajadores de la ex “línea verde” no fueron incluidos entre los chóferes que se ubicaron en empresas de transporte del Distrito. Se adujo que no todos estaban aptos para trabajar, aunque los trabajadores hablan ahora de un acomodo a discreción. Indignados, cuentan cómo era la relación entre los empresarios del transporte ilegal y la Intendencia.
Por Claudio Kappeler
ckappeler@periodicosic.com.ar
El 15 de abril último, un colectivero de la denominada línea verde de La Matanza fue asesinado de un disparo en la cabeza durante un asalto y el hecho provocó la reacción inmediata de sus compañeros reclamando la regularzación de la empresa para contar con mayor seguridad.
Durante casi dos décadas, esa línea de colectivos truchos unió el Mercado Central de Buenos Aires con la localidad de Virrey del Pino, en un servicio que se convirtió altamente redituable ante la poca frecuencia de las líneas regulares.
Ni bien cortaron la Ruta Nacional 3, sobre el puente del kilómetro 29, los chóferes fueron amenazados por un grupo comandado por Daniel Parisi, a quienes sindican como uno de los propietarios de la verde.
Llegaron entonces días de protestas frente a la Municipalidad de La Matanza y se repitieron las reuniones entre delegados de los trabajadores y funcionarios comunales. La primera promesa fue ubicar a los cerca de 80 chóferes en empresas del Distrito y apareció como principal posibilidad Transporte Ideal San Justo.
Hoy, algunos de los cerca de 20 trabajadores que no fueron ubicados en ninguna empresa y siguen desempleados, recuerdan aquellos días: “Paramos todos para pedir seguridad. Pero cuando estábamos en la Ruta 3 vino Daniel Parisi con un grupo de matones armados y nos sacó. Parisi era uno de los dueños de la verde, pero también es dueño de las líneas que hacen (González) Catán El Talita, El Dorado y Las Casitas”, relata Pablo Segovia, uno de los choferes que hoy se encuentra desocupado.
Segovia analiza que “ese día fueron apretados por Parisi porque estaban perjudicando su negocio. Es que las cámaras de los canales de televisión que llegaron al lugar apuntaban directamente hacia el lugar desde el que parten los colectivos truchos que se dirigen a González Catán, y que hoy siguen funcionando”.
“Cuando llegamos a la Municipalidad dijeron que la verde no iba a funcionar más, pero que todos los trabajadores iban a tener empleo en empresa de línea”, recuerda Pablo Segovia, quien no pudo participar de ninguna de aquellas reuniones y solo se enteraba lo que supuestamente sucedía de boca de los delegados.
Una vez realizados los primeros acuerdos con el Municipio, los delegados comenzaron a informarles a sus compañeros que debían presentar la documentación como chóferes profesionales para ser incluidos en la lista y luego pasar una revisión médica.
Carlos Encina, de 42 años, por aquellos días estaba imposibilitado de participar de las reuniones. Es que hacía solo algunas semanas un colectivo de la línea verde para la que trabajaba le aplastó accidentalmente ambas piernas y estaba enyesado.
“Mi esposa fue a llevar todos mis papeles, yo trabajé en empresas muy importantes de larga distancia, así que supuse que en ese sentido iba a ser beneficiado. Pero pasaron varias semanas y nos dimos cuenta que ni siquiera me habían incluido en la lista así que nunca me llamarían para pasar el examen médico”, relata.
Aunque esa no fue la única sorpresa con la que se encontraron aquellos que terminaron literalmente borrados del acuerdo. Tanto Segovia como Encina saben que “entraron a trabajar personas que eran familiares de compañeros nuestros pero que nunca trabajaron en la verde”, dicen; y por eso apuntan: “Acá hubo plata de por medio, les han ofrecido plata a los compañeros que nos representaban y acomodaron a la gente que quisieron”.
“Los referentes (de los trabajadores) terminaron negociando con el Municipio para que entren quien ellos querían”, afirma Carlos Encina, recordando que su esposa pudo ver cuando lo anotaban en la planilla de aspirantes, para luego anoticiarse de que supuestamente nunca había sido inscripto.
Cómo funcionaba
Ninguno de los trabajadores de la ahora ex línea verde estaba registrado. No había recibo de sueldos, ni oficina de cobro. La “empresa” estaba dividida en tres partes, y cada empresario se encargaba de pagarle el sueldo a quienes manejaban sus colectivos.
Pablo Segovia lo describe así: “Había tres tropas, Jorge Rossi tenía once colectivos, Daniel Parisi y Popi apodo con el que conocían a uno de los dueños tenían la mayoría de las unidades, y otros dos socios con colectivos, uno de apellido Belfiore”.
El arreglo consistía en darle al chofer el 20 por ciento de la recaudación diaria, pero “había represalias” si no se lograba la venta de boletos pretendida por los empresarios.
“No nos trataban como seres humanos y cuando no hacías lo que querían te decían que no vayas más (Ver “De Matanza vengo”)”, recuerda Carlos Encina.
Los chóferes que hoy se encuentran desocupados recuerdan el estado en que durante casi dos décadas funcionó esa línea de transporte ilegal en el Distrito. “Los colectivos eran un desastre reconocen, las puertas no cerraban, los asientos estaban rotos, no tenían luces, no tenían limpia parabrisas, muchos vidrios estaban rotos y le ponían papel celofán que se rompía con el viento”, detallan, para rematar lacónicos: “Subir a ese colectivo era entrar a la muerte”.
Pero había que conducir igual, estaban obligados para no perder la fuente laboral. Carlos Encina recuerda haber conducido por la Ruta Provincial 21 cuya luminaria no funciona en varios tramos “sin luces internas ni externas en el colectivo, lloviendo, y sin limpia parabrisas”.
La conexión política
La cantidad de líneas de colectivos, remises todavía reconocidos como $0,50, a pesar de haber subido la tarifa, y combis en La Matanza se incrementó en los últimos años. La zona sur del Distrito está plagada de transporte alternativo que no cuenta con ningún tipo de medida de seguridad y es utilizado a raíz del mal funcionamiento de las empresas legales.
A pesar del discurso que surge desde la Intendencia, los operativos para detener el funcionamiento de las líneas truchas parecen ficticios. Más aún cuando los propios trabajadores de esas líneas relatan el mecanismo: “Cuando había operativos (municipales), que casi siempre se hacían en el kilómetro 29, a nosotros nos avisaban los dueños de los colectivos para que cambiemos el recorrido, y ellos a su vez eran avisados por (la Subsecretaría de) Tránsito”, coinciden Encina y Segovia. “Había operativos simulacro, nunca secuestraban las unidades y nos cambiaban el recorrido”, insisten.
La situación hoy
Los trabajadores de la ex línea verde que no fueron incorporados por ninguna empresa, solo tuvieron una reunión con el subsecretario de Gobierno del Municipio Rolando Galván.
“Le contamos todo, nos dijo que íbamos a seguir hablando, que ahora teníamos que hablar con (Marcelo) Barreiro y que él le daba la orden al jefe de personal de la línea 96, de apellido Porcel”, recuerda Carlos Encina, haciendo referencia en este caso al secretario de Tránsito y Transporte de la Comuna. “De Tránsito nos mandaron al Municipio a buscar un plan trabajar, pero nosotros estamos aptos para trabajar, no queremos un plan trabajar, queremos recuperar nuestra dignidad”.
Decididos a iniciar un plan de lucha, los chóferes detallan lo sucedido el 20 de julio último en la Subsecretaría de tránsito del Municipio: “El señor Andrés Reynoso funcionario del área nos dijo ‘ya fue no entra más nadie, lo hecho… hecho está, y ya no entra más nadie, vayan al Municipio y le van a dar un plan trabajar”.
La situación no fue entonces como la planteó el Municipio afirmando en un comunicado que “los trabajadores” sin hacer referencia en el título a la cantidad habían sido regularizados en su labor en empresas de transporte legales. La Intendencia no habló de aquellos que hoy siguen desempleados, como tampoco habló, claro, de la infinidad de líneas de colectivos, remises y combis que siguen atravesando La Matanza sin ninguna medida de seguridad que resguarde a los pasajeros.
Dos familias como muestra
Carlos Encina era el sostén de su matrimonio, no tiene hijos, pero su esposa padece una discapacidad que le impide trabajar. Desde que la empresa ilegal en la que trabajaba dejó de funcionar, vive de changas. “Yo quiero mi fuente de trabajo, como corresponde, no nos pueden cortar la dignidad de esta manera”, dice indignado.
Pablo Segovia, de 31 años, en tanto, tiene esposa y cinco hijos. “Hoy me arreglo gracias a mi mamá que me da una ayuda y mi mujer que tiene un plan trabajar, pero con eso no podemos vivir”.
Seguridad cero
Pablo Segovia: “A un compañero mío se le cayó una señora, había un agujero en el pasa rueda y el asiento se fue para abajo y cayó en la rueda”.
Carlos Encina: “Me quedé sin frenos en Laferrere, en un día de mucha gente, el dueño sabía que andaban mal pero me dijo que siga, que había que hacer plata, quise frenar y se me fue, choqué a mi propio compañero, pero podría haber chocado un auto o una persona cruzando la calle. Otro día le explique al dueño que no tenía limpia parabrisas y la respuesta fue ‘esto es trucho’”.
De Matanza vengo…
Cuando la presidente Cristina Fernández de Kirchner encabezó su último acto en el estadio de Vélez Sarsfield, el 27 de abril, la línea verde ya no funcionaba en La Matanza. Sin embargo, Pablo Segovia recibió un llamado telefónico de su jefe. “Jorge Rossi me llamó y me dijo ‘tenemos para hacer un viaje para Cristina’. Entonces le pedí que me diera la dirección para buscar la gente. Me dijo ‘salimos todos de Ruta 21 y Marconi, pero vamos a buscar gente a José C. Paz, porque el Municipio no quiere que llevemos gente de La Matanza con colectivos verdes”.
El escándalo había trascendido los medios de prensa locales y la intendencia de Fernando Espinoza no quería que sus militantes fueran identificados en los colectivos que salían del Mercado Central. “A cambio mandaron a La Matanza micros desde José C. Paz”, recuerda Segovia.
El transportar gente a los actos políticos era algo habitual para los choferes de la línea verde. “Ese día no laburábamos en el recorrido habitual, nos daban una comisión de lo que ellos cobraban, pero si no ibas te decían que no vayas más a trabajar”.
Negocio redondo
Los choferes recuerdan que cada colectivo tenía una recaudación promedio por día de $1.600. Eran unas 40 unidades en total. El 20 por ciento se destinaba al sueldo del chofer y el resto iba a parar a manos del empresario dueño del colectivo. En promedio, la ganancia de la línea era entonces de
$51.200