“Tenemos la obligación de estar a la altura de lo que soñamos”

Esta frase fue pronunciada por el poeta Gino Bencivenga en una de las entrevistas realizadas por este periódico en mayo del corriente año.

En este camino para revalorar el arte como una práctica social en los distintos contextos sociales, volvieron a dialogar con S!C varios artistas que pasaron por estas páginas.

El Centro Cultural “Alegre Rebeldía” fue sede de la presentación de una obra de teatro efectuada por un grupo de teatro independiente en el marco de una campaña nacional por la soberanía sobre nuestros cuerpos, que tuvo lugar a mediados de noviembre. El espacio donde se desarrolló la representación fue el fondo de la casa que funciona como centro cultural, el grupo actuó a la gorra, y los recursos que utilizaron realmente fueron escasos: luces manuales, algunos vestidos, algunas máscaras, tablones y un paraguas. Con esto se sostuvo durante una hora la reflexión poética acerca de las diversas formas de explotación y el abuso sobre los cuerpos.

Un verdadero vaivén. Por momentos enloquecedor, entre la ficción y la realidad; los cuerpos femeninos de las actrices vestidos con el blanco, el blanco pulcro de los paralizados por el miedo, de aquellos silenciados, obligados a olvidar, a negar su identidad, su nombre, su origen, su libertad, obligados a ser lo que no desean ser, obligados al silencio, a la locura, y la locura, por momentos, entendida como un forma de expresar lo que no debo decir, lo que no puedo decir, en lo que no debo pensar. Esta manifestación sucedió en Isidro Casanova con un pequeño público de sesenta personas aproximadamente. Las y los actores no tenían más de treinta años.

El año 2012 estuvo plagado de presentaciones de libros, homenajes, exposiciones de pintura, puestas en escena de obras de teatro, radios comunitarias, revistas, descubriendo cómo se conservan crecen y nacen nuevas relaciones sociales que implican interesarse por unos objetos y unos sujetos que no tienen éxito, ni dinero, y que son vecinos.

Reflexionar acerca del valor del arte como una práctica social en los distintos contextos en que se realiza, implica pensarlo como una expresión estética e histórica que se inscriben en una realidad económica y cultural concreta. Indagar en las prácticas culturales es indagar en la vida y en la voluntad de seres que comprometen su palabra y su cuerpo en pos de una identidad, que toman por asalto. Digo inventándose, a pura voluntad en La Matanza.

El trabajo de investigar, recopilar, entrevistar y publicar sobre autores y autoras del Distrito tiene valor múltiple: hace visible el trabajo de muchos grupos e individuos que dedican su fuerza vital a pensar e intuir la vida desde otro punto de vista, aportando a un paradigma cultural crítico que no sostiene los valores del mercado, apostando a otro mundo posible. Por otro lado, valorar la obra y el pensamiento, no es un hecho menor y publicarlos sistemáticamente implica darle al lector una posible mirada de conjunto que permite observar parte de un colectivo que ejerce su derecho a expresarse y crear.

Entendemos el arte como una posibilidad de ahondar en la vida, de profundizar, de indagar los placeres y el sufrimiento hasta comprender la hipocresía y lo perverso, lo delicado, la ternura, lo bello. Se defiende al arte como un acto social, un elemento simbólico que interroga, que interpela. Y sobre todo como una actividad donde no se puede mentir… Y esa fuerza; la fuerza de la sinceridad, la intensidad del que padece, de lo gozado, se impone.

Dijo el poeta Omar Cao en una entrevista para S!C, “el arte combate la alienación”, “inventemos lo maravilloso; de lo utilitario hay muchos encargándose”. Cierto, lo utilitario, tiene una vida funcional, sirve para algo puntual y se descarta; lo maravilloso en cambio, nos extraña, nos encanta con su presencia diferente, con su extraña presencia que nos propone reconocernos en una alteración que nos asombra y seduce. En esta maravilla, se reconoce lo que se niega, evidenciándose en otro rostro, en otro cuerpo que se para frente a los individuos.

El narrador oral y cuentista Pedro Chappa recordó para S!C: “La conducta es terreno del arte”, poder leer en los corazones las tragedias del hombre y de la mujer que no tuvieron escuela, que no saben siquiera firmar, y sufren, la realidad del militante traicionado, del enamorado que ama y debe morir a pesar de todo; entrar en esas vivencias es experimentar la vida intensamente. Saber y reconocerse un artista como aquel individuo que puede indagar la conducta humana, no para juzgarla, sino para ahondar en ella, tomando partido, sí, porque el arte es un hecho ideológico, pero sobre todo atreverse a profundizar en lo complejidad que representan las relaciones humanas. Esto es sentar posición, luchar contra el estereotipo y contra las identidades impuestas.

La mirada femenina a lo largo de este año no estuvo ausente, el punto de vista que construye el discurso ficcional involucra la sexualidad, sin duda, ya que la palabra es la palabra de alguien y ese ser no es un ser asexuado: la sensibilidad sobre la lecturas que generan las mujeres se evidenció de la mano de la poeta Patricia Verón, quien contó su experiencia alertando acerca de la sensibilidad femenina y su diferencia, profundizando en el imaginario femenino, el papel de la madre como la transmisora de lenguaje y la importancia del cuerpo en la escritura de mujeres. La poesía Lía Mierchs destacó la mirada sobre el tiempo, lo vulnerable de la vida, la fragilidad de la vida y la necesidad de la compasión como un condición fundamental en la escritura del haiku, la compasión como una forma de “hacer carne lo que le pasa al otro”, la pura comprensión y desde allí la vivencia poética.

“Hice una casa para honrar la palabra”, contó el poeta y director de teatro Gino Bencivenga, cuando recordó la importancia de los que han tomado la palabra y la acción antes que otros, quienes dejaron su ejemplo como una forma de identidad posible que se para frente a la injusticia y la desnuda. Un teatro en Laferrere, un teatro en el barrio, una apuesta importante al arte y a la cultura, una cultura que se transforma que no es inmóvil, una cultura que abre espacios de participación a la creatividad, que abre espacios sobre todo a la lucha contra un modelo neoliberal que impone identidades vacías, que impone la exclusión, muerte, desocupación, y sobre todo: el consumismo y la banalidad.

Por eso es necesario comprender que en la comunidad circulan prácticas culturales invisibilizadas desde lo institucional que sostienen espacios de cuestionamiento, espacios que plantean otras identidades posibles, que expresan los conflictos que nos atraviesan como individuos y como sociedad, expresión sana y necesaria para no morir de angustia e impotencia, en el intento por despertar la conciencia de quiénes somos y qué deseamos ser e ir hacia un hacer que combata el individualismo que nos hace creer que “esto me pasa solo a mí”.

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