“El poeta es un rescatador, abre los espacios cerrados y los trae”

Gino Bencivenga y su arte desde Laferrere y para toda La Matanza.

 

Así lo expresó Gino Bencivenga, director del teatro La Tapera de Laferrere, en una cálida entrevista con S!C. Repasó su vida junto al arte y su apuesta de crear una espacio cultural en La Matanza.


Por Anahí Cao

acao@periodicosic.com.ar

 

Una diosa romana de mármol blanco, símbolo de la victoria. Tejas coloniales. Paredes rosadas. Un cartel que dice: “Calle de los poetas” y un camino señalado con pintura roja en homenaje a Carmen, quien, allá por los años cuarenta, escapa de la España fascista como tantos otros. Pero abramos la puerta: títeres gigantes duermen colgados con sus cabezas inclinadas, faroles, un escenario, fotos, además de ángeles negros que cantan como escondidos. “Ahí había un pozo de tres metros, esto estuvo abandonado durante años”, recuerda Gino, director de teatro y dueño de la casa. “Necesitaba un espacio, eso era una tapera”, explicó, y así quedó “La Tapera”.

 

Teatro en el barrio

 

Este teatro nace el 27 de noviembre de 2010, situado sobre Reaño, una callecita de barro, a diez cuadras de la estación de trenes, en Gregorio de Laferrere. Tiene capacidad para sesenta personas, con elenco propio. En este espacio se realizan recitales de poesía, presentaciones de libros, charlas, encuentros musicales, obras de títeres, clases de actuación. “Construí una casa para honrar la palabra”, expresó el director.

 

Tiempo de máscaras

 

Instalado en una silla vieja, el poeta Gino Bencivenga comienza a leer: “Bendita la tierra que te asimila/ otro árbol sabrá de tu savia/ donde fluye la otra esencia/ que desconocemos”.

 

Siento, cuando lees, que tus poemas están habitados…

 

Sí, están habitados. Me rebalsa una necesidad de recuperar cierta compresión del juego, donde el adulto recupera al niño, y el niño se recupera en su tiempo. Algo que fue nimio cuando uno lo retrotrae al corazón se potencia. El poeta es un rescatador de los pequeños espacios que han quedado cerrados y abre la puerta y los trae. Mi poesía es algo muy habitado; cuando uno habita testimonialmente su lugar tiene derecho a expresarlo. Después no hay otra jerarquía para decir: eso fue sincero. Y el lector percibe que hay un ser humano al que le late el corazón, al que le inquieta un problema. El otro día, cuando hice la “Prosaica de Lafe”, un señor me dijo: “Ché, hablá de mi viejo. Vino en el ’48 y fue un laburante toda su vida”; querés una prosa más ética que eso. No hay, no hay para mí.

 

Entre todos tus poemas recuerdo uno especialmente, “Sísifo”, en alusión al mito griego, donde los dioses castigan a un hombre condenándolo a cargar una piedra hasta la punta de una montaña, pero la piedra desciende eternamente, entonces él debe subirla, eternamente.

 

Cuando el sujeto no se desenmascara de los estereotipos, de lo superficial está encantado, enajenado, y va a ir transitando su cotidianidad con una cierta altivez, pero cuando empieza a conocer el dolor caen las máscaras y comienza toda una persecución del sentido de la identidad existencial preguntándose quién soy, qué hago aquí, a dónde voy. Eso también es una cosa de Sísifo: querer lo que no se tiene, hace que la ardilla mueva continuamente la rueda para existir sin sentido. Sí, la vida es allí un castigo; lo trágico se asocia a lo inevitable, la persona como un ser obligado a su destino. El habitante de este mundo hedónico y cruel quiere goce, quiere placer, quiere sexo, quiere plata, quiere telefonito, quiere coche… y el pensamiento, el amor, la justicia, lo social, le importan tres huevos. Nosotros nos aferramos a esa luz y creemos en la poesía, en el amor, porque tenemos los mandatos de los Angelelli, de los Mujica, de los Buda que son el nivel óptimo de lo ético. Tenemos la obligación de estar a la altura de lo que soñamos; tenemos la obligación de estar a la altura de lo que pensamos. Que es difícil, sí, claro…

 

Vos estás hablando un poco del recorrido del Héroe.

 

Exacto, sabemos que la derrota está a la vuelta de la esquina, a veces el ser agónico es mucho más intenso.

 

El teatro griego tenía una función moral, porque no se elegía cualquier obra sino que era el

Estado el que premiaba la obra considerada como una necesidad del pueblo.

 

Sí, totalmente, porque de los paradigmas del teatro griego han surgido a través del tiempo todos los íconos referenciales de la cultura desde el psicoanálisis hasta los grandes liberadores. Pensemos que, en pleno fragor de la batalla se daban el gusto: Belgrano en una mula llevaba un piano -el cual tuve la oportunidad de ver- en Jujuy. El teatro griego resumía un poco las pasiones que anidan el ser humano, desde lo más sublime hasta lo más miserable. La gente se llevaba la comida, se ponía en las gradas dos o tres horas, esperando el momento en que lo desterraban al héroe; eso era una ofensa, era como llevarlo a morir. Aún hoy, los países destierran a la gente de un lado a otro en busca de trabajo. Parece que el tiempo se reciclara.

 

¿Qué valor tiene la belleza para vos?

 

Es una responsabilidad del poeta nombrar y contemporizar la eticidad de los héroes a través del canto, las imágenes, la música. La belleza es algo que está fuera; nosotros la simbolizamos, la metaforizamos para volverla a leer, a reinventarla con otros parámetros, con otras realidades. La belleza es el valor a lo desconocido; no podemos nunca decodificar por qué nos resulta bello unas caderas o unos senos. El canto a la mujer amada es bello, es bello… Es un desafío del artista hoy ser consecuente con la problemática de su tiempo. Testimoniar, testimoniar los horrores, lo que nos gusta, quedarnos siempre en una actitud ética. Somos un poco deudores de tanta otra gente que vivió antes que nosotros como Miguel Hernández, Antonio Machado, Federico García Lorca, vos pensá que vivieron nada más que treinta y ocho años, algunos, otros cuarenta; escritores como Rodolfo Walsh, Haroldo Conti. Uno tiene que ser coherente con el pensamiento para decir yo te reivindico, hermano, voy a seguir tu ejemplo; vamos a levantar tu bandera. Eso es lo único que nos queda.

 

Gino Bencivenga

 

Nació en Italia, en 1946. Egresó en la Escuela municipal de Morón. Publicó un libro de poemas “La palabra en que vivo” (1996) y una serie de poemas en cuadernos “Árbol de Invierno”, colección Squeo Nº 25 (2008). Organizó junto a un grupo de artistas la Centro cultural “Gregorio de Laferrere”, (1997). Participó activamente en Casa “Julio Cortázar”, espacio que contó con la visita del poeta paraguayo Elvio Romero (1994). Realizó, como Director de Teatro, obras como “Locos de verano” de Gregorio de Laferrere, “El guapo de 900” de Mateo de Discépolo, “No hay que llorar” de Roberto cosa, entre otros. Actualmente dicta clases de teatro en “La Tapera”, teatro que funda en el año 2010.Colabora en el diario “El Correo” en una columna denominada “Prosaicas de Lafe”.

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