El lenguaje está unido al cuerpo. Es la voz, el gesto: la palabra está viva. Cifrada en la escritura y en la memoria de los pueblos. Heredado e impuesto.
Constituye la riqueza colectiva más preciosa que transmitimos a nuestros hijos. A través de él logramos comprender las opresiones y las luchas, las pasiones y los desasosiegos.
Por Anahí Cao
acao@periodicosic.com.ar
La poeta y su obra
Patricia Verón nació en 1965. Su infancia transcurrió en Mataderos y su adolescencia en Isidro Casanova. Es maestra y profesora de letras. Junto al poeta Carlos Kuraiem fundó el primer Suplemento Literario en Virrey del Pino “El Ángel de Virrey del Pino” en 1995. Esta experiencia sumada a talleres y encuentros interdisciplinarios permaneció en el tiempo durante casi diez años. Escribió cinco libros de poesía publicados por editoriales independientes, que a pesar de las dificultades y la falta de apoyo de políticas culturales estatales han podido desarrollarse.
Poesía e identidad: la fuerza del lenguaje
Mientras tomamos mate dulce iniciamos un diálogo que reflexiona sobre el poder del lenguaje ya que proviene de una tradición que nos supera en el tiempo y en el espacio. En esta charla pudimos sensibilizarnos acerca de la importancia de los diálogos en la infancia transmitida muchas veces por las mujeres de la familia, la experiencia de escuchar y ser escuchado, la maternidad y los relatos, las angustias frente a las escenas de ficción, las emociones y la reflexión van construyendo identidad en nosotros a medida que podemos nombrarnos en el mundo.
En tus poemas nombras la infancia y la maternidad muchas veces…
Yo no tenía libros en mi casa. El acceso a los libros reales en variedad empezó a los 13 o 14 años porque coincidía con la adolescencia de mi hermano. Mi hermano en ese momento leía un montón. Tenía una biblioteca muy interesante. Pero antes, en mi infancia no. Nada, recuerdo las rondas infantiles que me contaba mi abuela tomando mate con galletas, seguramente se las acordaba de cuando era chica. Tenía 80 años y una memoria prodigiosa. Era la literatura que conocía y me la quería comunicar. Yo me sentía muy interesada y la escuchaba. Por otro lado, mi vieja era tanguera, escuchaba tangos por la radio, cantaba tango. Yo me sé tangos de memoria pero jamás los leí. Fue porque escuché a mi vieja.
¿Vos entonces encontrás una relación íntima entre la canción y la poesía que te llega a través de las mujeres de tu familia?
Sí, la canción es lo más popular.
Recuerdo un verso muy lindo con el que terminás un poema que dice: “Una niña se hamaca/ en las cuerdas doradas/ de la tarde”. Remite directamente a la infancia como algo pleno, feliz; pero en la infancia también hay cuentos, ¿cómo fue tu experiencia
con ellos?
La presencia del cuento la recuerdo mucho a través de unos libros gigantes que le compraban a mi prima. Cuando me quedaba a dormir en su casa, dormíamos juntas y leíamos cuentos. Recuerdo que yo siempre leía el mismo: “La vendedora de cerillas”. Es la historia de una chica pobre que está en la calle y vende fósforos. Ella muere de frío. Prende el último fósforo y se le apaga. Me conmocionó mucho esa situación: un último fósforo que se apaga. Ella intenta que alguien la salve, pero todos están demasiados ocupados en sus cosas. Ese abandono que sufre. Toca las fibras de la emoción. Uno recuerda ciertas situaciones pero el trasfondo lo olvidó. ciertas situaciones pero el trasfondo lo olvidó.
Luego encontramos los relatos orales, las charlas…
Ya en otro terreno que tiene que ver con la historia familiar estaba el mito de mi primo “el poeta loco que escribe”; yo iba a la casa de mi tía Elena y allí siempre había un libro mientras ella cocinaba en un rincón. También influyeron las historias que me contaba mi vieja sobre su familia, cómo eran sus hermanos, que eran bailarines -uno de ellos buen lector-, el más grande inventor y ateo, y así muchas historias. Me trasmitía una mirada, una identidad, un determinado estado de ánimo, una determinada mirada extraña de las cosas. De parte de mi viejo el relato era otro, bastante silenciado. Lo que contaba mi vieja eran mitos no era realidad. Seguramente le sacó y le puso lo que quiso. Ahora a mis 45 años “me va cayendo la ficha” de cómo esos relatos me atravesaron. La escritura de un libro es un mundo aparte, e implica, creo, un desarrollo mayor en esta pasión por la lengua. Significa búsqueda e interrogación de la vida y el lenguaje mismo.
¿Cómo iniciaste tu experiencia de escritura?
Bueno… cuando tenía quince años y estaba enamorada. La poesía siempre me salió como una cuestión amorosa. Publiqué “Peón al frente” cuando tenía 30 años pero lo escribí entre los 20 y los 25, entre el abandono de la adolescencia y la madurez; el paso de la chica que andaba por el mundo yirando hasta que tuvo su primer hijo. En “Peón al frente” logré salir del discurso de la infancia. Mi segundo hijo también lo tuve en ese tiempo. Ahí ejercí la docencia. Eso también lo pude incorporar a la poesía a partir de mi segundo libro “Ladrido y luna”. En este libro hay una búsqueda, un hermetismo mayor, que surge de la imposibilidad de nombrar las cosas como uno las ve, las intuye, las percibe. Aquí hay una necesidad de afirmación del yo, pero desde la oscuridad. Después vino “Mañanitas”. En este libro perseguí la claridad, la sencillez. Luego “Paloma en armas”, aquí se cambia el elemento masculino del peón, por el elemento femenino que es la paloma, claro que en armas.
Mi pensamiento sobre los disparos/ sobre los que caen, arrepentidos/ o no, la quietud aquí, ahora/ el silencio total de los dormidos / en la calle/ el lugar de nuestras manos/ las detenciones/ los limites corridos/ la pureza prohibida…”
Actualmente la poeta lleva adelante un espacio denominada “Les Parau Parau” vocablo de origen haitiano que, se podría traducir como “conversación”. Este nombre fue motivado por una pintura del pintor francés Eugène Henri Gauguin (1848-1903) donde se pueden contemplar a un grupo de aborígenes sentados sobre la hierba mientras mantienen una conversación.
Son mujeres que representan la belleza y los rasgos típicos de esta isla oceánica de piel y pelo moreno.
El eje de estos encuentros es valorar la charla en torno a la literatura escrita por mujeres disfrutando de las obras, desde un lugar de espontaneidad y emoción, en círculos dialógicas, donde las participantes pueden expresar lo que les surja luego de la lectura A continuación, se escriben preguntas que funcionarán como disparadores para una charla posterior con la escritora.